Mi padre tomaba grandes vasos de té, un té aguado como el que toman los pobres cuando no tienen otra cosa que llevarse a la boca. Él decía que para los pobres siempre es lo mismo, estén donde estén y gobierne quien gobierne: trabajo y miseria. Aunque nunca se quejaba, le oprimía la tristeza inexplicable de las cosas que se van y por ello yo no le conté nunca que quería escapar de Siria.