Mariela regresaba a Palencia para acudir a un congreso. Dieciocho años después de su marcha, la jovencita pecosa volvía convertida en una especialista geriátrica de reconocido prestigio, casada y madre de dos niñas. Hasta aquel día ella nunca había creído en el destino, sin embargo, cuando se vio en la calle Berruguete, parada como una estatua delante de la puerta del que había sido su tercer hogar: el mercado, sintió que, como siempre le decía su abuela, “todos acabamos, tarde o temprano, regresando al lugar del que nos vamos”.
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