La costumbre española del “más vale que sobre que
no que falte” debería de cambiar. El desperdicio alimentario
constituye desde hace años un problema ético,
social, económico y medioambiental. Y no deja de
aumentar. La falta de concienciación de lo que cuesta
producir un alimento y su valor en términos de recursos
invertidos es parte del origen del problema en esta sociedad
occidental del despilfarro. El consumismo, tan
denostado entre los nuevos movimientos sociales por
su repercusión en el entorno, no se asocia todavía con
este hábito de desechar alimentos. Los expertos apuntan
a intensificar la sensibilización de los consumidores
para frenar el problema en hogares y a una mayor eficiencia
en la cadena alimentaria para ajustar adecuadamente
los suministros. La tecnología y las reformas
legislativas para reducir la pérdida y el desperdicio de
alimentos también parecen aportar una solución que
contribuiría a frenar este fenómeno mundial, incluido
entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible