Su cabeza era un campo de batalla;
sus cicatrices, heridas de guerra no
acontecida. Porque Candela tenía la
concepción romántica de que había
pasado su vida entera corriendo
hacia las balas; pero en realidad
no había hecho otra cosa que esquivarlas de
tal forma que sólo la rozasen… Y no hay nada
más doloroso para un guerrero que descubrirse
huyendo ante un combate inminente; verse
convertido en un maldito cobarde. Y esa era
Candela.