Eran las siete y cuarto de la mañana cuando empezó a entrar el primer destello de sol en el dormitorio de Carmen y Paco. Carmen tenía cuarenta y seis años recién cumplidos, y Paco rozaba los cincuenta, aunque se conservaba estupendamente, siempre y cuando uno no centrase la atención en su fibrosa barriga cervecera propia de un hombre de su edad.
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