Espero sentado sobre un taburete escuálido. Miro al suelo, cabizbajo, mientras mi rodilla izquierda no deja de temblar. Las baldosas de tonos grisáceos me recuerdan a las que adornaban la cocina del pueblo. El mercado se sostiene por columnas altas y anchas, los ladrillos colocados en filas horizontales parecen soportar bien el peso de una ciudad tan grande.
He pedido una pequeña botella de agua, olvidé traerme una de casa. Enciendo y apago el móvil esperando el vibrar de algún mensaje. Grandes ventanales dejan entrar la luz de un caluroso sábado de principios de junio. No hace ni dos semanas que terminé mi último examen. Lo celebramos en casa de un amigo de la facultad. Había decorado el salón con cervezas, vasos Naufragio y algún tímido globo no del todo hinchado. Flotaban apenados por la estancia. Desde fuera, cualquiera diría que yo también me comportaba como uno. La noche ya se había adueñado de la fiesta y a mí no me sienta del todo bien el alcohol.