En la Cebada, un hombre, acodado en la barandilla que delimita el piso superior sobre el amplio hueco, mira durante largo tiempo. Le miramos y, si cerramos los ojos, hay el rumor constante, sobre todo la sensación de vacío bajo las bóvedas y su trasunto sonoro, que es lo que nos había llevado a comparar mercados y estaciones.
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