A seis años vista del ingreso en la Comunidad Europea, el sector agro-alimentario español anda todavía a la búsqueda de un modelo propio, capaz de asimilar los efectos inevitables de la internacionalización de su actividad a todos los niveles, -que se verán reforzados con la puesta en marcha inmediata del mercado único europeo-, y compatibilizar, al mismo tiempo, su realidad interna, tanto desde el punto de vista económico-empresarial como en cuanto al nuevo marco de relaciones e interdependencias entre productores de materias primas, industrias transformadoras, canales de distribución y consumidores finales.
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